Chillida en Bilbao

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«Hay que tratar de hacer lo que no se sabe hacer, porque lo que se sabe ya está hecho».

Eduardo Chillida hacía explícita así su forma de entender el arte y anunciaba su voluntad de seguir investigando en su personal universo creativo. La retrospectiva de su obra que hoy inaugura el Museo Guggenheim Bilbao le servirá, según aseguró, para poner en claro lo que ha hecho hasta ahora. La exposición, que podrá visitarse hasta el próximo 29 de agosto, completa la muestra que el Reina Sofía dedicó al escultor vasco con el añadido de más de 120 dibujos y de 10 esculturas que, debido a su excesivo peso -más de cinco toneladas- no pudieron verse en el museo madrileño. De esa forma, Chillida: 1948-1998 concreta -en palabras de Kosme de Barañano, comisario de la muestra- el ambicioso proyecto de «presentar el núcleo clave de la producción del artista a lo largo de más de 50 años de trabajo en los géneros en los que ha trabajado: la escultura y el dibujo». Chillida, presente ayer en el acto de inauguración de la muestra, reconoció el valor de la exposición no sólo como síntesis de su proceso creativo, sino también como punto de partida «para poner de acuerdo lo que he hecho durante los últimos años». Explicando su forma de entender la creación, el escultor señaló que «la clave del arte es hacer lo que no se sabe hacer, porque lo que se sabe ya está hecho». El artista se desmarca En cuanto a la coincidencia de su retrospectiva con la exposición que dedica el Guggenheim Bilbao a la última obra de Richard Serra, Chillida prefirió desmarcarse de los postulados estéticos del escultor norteamericano e indicó que no compartía el modo de «sentirse condicionado por la forma» y que, en consecuencia, no extraía «consecuencias» de su obra. También se desligó Chillida de cualquier tipo de relación con Gaur, grupo artístico constituido en 1966 por Oteiza, Basterrechea, Arias, Mendiburu, Zumeta, Ruiz Balerdi, Sistiaga y el propio Chillida para, desde el ámbito vasco, revitalizar las tradiciones artísticas populares. «Estuve en Gaur pero no tuvo ninguna influencia sobre mí», aseguró el escultor. La disposición de las esculturas de Eduardo Chillida en el Museo Guggenheim -a cargo como en el Reina Sofía de Kosme de Barañano- prescinde del habitual planteamiento cronológico para buscar la empatía entre las obras, aprovechando la disposición laberíntica de los espacios para suscitar sugerentes visiones transversales. Barañano hizo hincapié, al respecto, en la absoluta libertad con que había trabajado tanto en la selección como en la ordenación de los materiales. La ausencia de criterio cronológico no impide, sin embargo, que las 200 piezas expuestas se agrupen en cuatro categorías que, al tiempo que hacen coherente la muestra, sirven de marco estructural a la trayectoria del artista. Una de ellas la forman las piezas de gran tamaño que por su excesivo peso no pudieron viajar a Madrid. Otra, la componen algunos de sus experimentos con materiales diversos, como el alabastro o las cerámicas de tierra chamota conocidas como lurrak, una de las aportaciones más interesantes del artista. La tercera sección está dedicada a las denominadas gravitaciones, obras tradicionalmente incluidas en su producción escultórica por su condición de relieves construidos con papel. También sobre papel, la muestra recoge 120 dibujos a lápiz, tinta, pluma y pincel que sirven a un tiempo -como una exposición dentro de la exposición- de marco y complemento del conjunto.