Amat. Galería Álvaro Alcázar. Madrid

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Frederic Amat (Barcelona, 1952) es uno de los mayores artistas de su generación. A su invulnerable genialidad plástica, que participa de una poética automática y, en lo formal, de algunas prácticas del Surrealismo y del Expresionismo Abstracto (cuyo análisis excedería los márgenes de una aproximación como la presente), Amat suma una desbordante sensibilidad y un acervo cultural prodigioso. Amat constituye un auténtico, y por serlo, infrecuente, artifex doctus, en un escenario en el que parece abundar demasiado a menudo el intelectualismo de salón tanto como el abrazo negligente y sensacionalista de las recetas de moda de cada temporada, cuando no una ansiedad por una provocación huera en una ceremonia del parentirso y de la zafiedad. Amat ha logrado a través de sus casi cuatro décadas de creación artística una obra visceral, violenta y netamente sexual con un vocabulario plástico recorrido por fluidos, (es sobresaliente, en este sentido, su empleo de la cera en una parte significativa de su producción), por materias que, pese a la riqueza de sus instrumentos y de sus características formales, resulta reconocible como intransferiblemente única. Una serie de cinco pinturas de gran formato presente en esta exposición procede a la muestra de estas características. Realizadas en 2008, en esmalte y acrílico sobre linolium, presentan un formato homogéneo, (294 x 195 cm) y un título homónimo, Sogas, numeradas del uno al cinco. Con un sobrio cromatismo que se reduce al color hueso de los soportes y al negro del acrílico empleado como pigmento, Amat ha procedido a la emisión de sendas obras marcadas por un sentido ascendente y una carga muy densa tanto en la configuración volumétrica de la pintura como de los cuerpos que presenta. La similitud formal que presenta cada una de estas cinco obras con sus compañeras confiere al conjunto un sentido de políptico, y de este modo se han dispuesto en la muestra.Amat se siente inclinado a la admiración de quienes han sentido el aliento de la crueldad de la cultura, aquéllos que han considerado como sinónimos ”civilización” y “barbarie”. Su formación y su sensibilidad le conducen a sostenidos periodos marcados por el escrutinio obsesivo, casi fáustico, del autor que le ocupa a cada paso: Federico García Lorca (sobre cuyos textos dramáticos ha realizado diversas escenografías y de quien rodó su guión cinematográfico surrealista El viaje a la Luna, primera incursión de Amat, en 1998, en el cine), Brossa (de quien ha realizado una nueva obra maestra cinematográfica. Foc al càntir, en 2000), o Samuel Beckett, uno de sus más cómplices autores (su escenografía de Esperando a Godot para el Teatre Lliure en 1999 puede muy bien considerarse una summa amatiana). Precisamente, su última exposición guarda una muy estrecha relación con uno de sus más recientes trabajos para el teatro. Se trata de la escenografía de la ópera contemporánea El viaje a Simorgh (estrenada en el Teatro Real de Madrid, por encargo del propio coliseo, en mayo de 2007), una punzante composición basada, fundamentalmente, en El coloquio de los pájaros (del poeta sufí del siglo XII, Farid Uddín Attar) y su glosa, Las virtudes del pájaro solitario de Juan Goytisolo, y en la que, como ocurre a menudo en los libretos operísticos contemporáneos, se procede más que a una narración definitiva y coherente, a una yuxtaposición de pasajes (en este caso, de autores como San Juan de la Cruz o Leonardo da Vinci, entre otros) cuya relación más o menos críptica debe urdir el espectador. El viaje a Simorgh, obra de uno de los compositores españoles en activo más dotados, José María Sánchez-Verdú, constituye una partitura particularmente afín a la sensibilidad de Amat por su temática, por su construcción episódica y por el hecho no menos cierto de ser poseedora de una música maravillosa. Pero El viaje a Simorgh marca un hito en la dilatada y prolija carrera de Amat. Se constituyó en su debut como director escénico. La exposición presenta una carpeta de cinco fotografías tomadas en una galería del Penal de Carabanchel que se muestran junto a una proyección: un vídeo que consiste en un largo travelling de esa misma galería y que muestra el recorte a contraluz del antiguo mobiliario de la prisión sostenido por unas mallas que evitan el derrumbe. Este pasaje videográfico, junto a otras animaciones ausentes en la exposición (como la consistente en una bandada de pájaros) fue proyectado en el transcurso de la acción escénica de esta ópera, concretamente en el preludio del acto tercero. Y precisamente el fragmento musical de este pasaje sirve como banda sonora de esta obra videográfica. Completa la exposición un conjunto de nueve fotografías. Todas ellas tituladas Escenarios (y numeradas del uno al nueve) en blanco y negro (y medidas idénticas: 61 x 40 cm, si bien algunas presentan formato apaisado y otras, vertical) tomadas en el interior de la caja escénica de un teatro y sobre las que Amat ha procedido a su rallado reciente (las obras están fechas en 2007) con un cuchillo hasta impedir la visión, o bien para proceder a la representación de efectos flamígeros o a un motivo recurrente en su iconografía y prácticas escénicas: la escalera (motivo, por cierto, central de El viaje a Simorgh). Las fotografías fueron realizadas en San Petersburgo con ocasión de la gira de la propuesta escénica que, con escenografía de Amat, realizó en la década de los noventa Lluis Pasqual de la obra Roberto Zucco, última de las escritas por un Bernard-Marie Koltès (Metz, 1948-París, 1989) enfermo terminal de sida, y cuya reposición en Madrid en 2005, saludamos en aquella ocasión como la oportunidad en la que Amat había reprimido la belleza, aquélla que se le escapa aun en momentos terribles, en su producción artística toda, con un denuedo que no se le conocía anteriormente. Características, asimismo, presentes en la dirección escénica de El viaje a Simorgh.